Los años nuevos
Movistar+ acaba de estrenar Los años nuevos, la última serie de Rodrigo Sorogoyen. El director se aleja de las últimas producciones que estaba haciendo después del enorme éxito de As Bestas (2022) y vuelve al mundo más íntimo y de las relaciones humanas, como ya hiciera en Stockholm (2013). Y para ello se sirve de Francisco Carril y Liria del Río, quienes interpretan a Óscar y a Ana. Durante 10 años vemos cómo son sus Nocheviejas y dónde están ellos. Si os gusta la trilogía Antes del amanecer de Linklater seguro que os gustará. Y, precisamente, Francisco Carril e Itsaso Arana protagonizaron La Reconquista (Jonás Trueba, 2016), una de las películas sobre la vida y las relaciones humanas más bonitas que se han rodado nunca en Madrid. Y no es casualidad que en Volveréis (Jonás Trueba, 2024) veamos en una escena cómo se rueda la serie de Sorogoyen y a Francisco Carril haciendo de sí mismo. Mundos que se tocan.
Mientras vemos la serie suena recurrentemente Nacho Vegas (quien compone un tema original para a serie). Además podemos oír canciones de Holgado (Keko Ponte), McEnroe, The New Raemon, Joe Crepúsculo, La Bien Querida, Iván Ferreiro o Standstill (en dod Magazine han analizado la banda sonora y han hecho una playlist que se puede escuchar en Spotify aquí). Así que muchas de las canciones que ponen los protagonistas durante esa década de sus vidas son también las canciones de nuestras vidas.
Así que después de ver los primeros capítulos de la serie me ha dado por pensar en las Nocheviejas de mi vida: pienso en las ciudades donde he estado, los amigos, las parejas… y cómo sería mi vida si solo mirase esa instantánea.
Las primeras Nocheviejas de las que tengo recuerdo son en casa de mi abuela; ese era el único día del año en que nos quedábamos a dormir allí, en la nevera, la habitación más fría de la casa. Recuerdo los primeros cotillones y lo pronto que odié salir aquel día. También está la Nochevieja que pasé en un cyber, jugando toda la noche a videojuegos mientras que algunos de mis amigos vomitaban por la ciudad. Recuerdo las Nocheviejas en Cardaño con la familia de A. y el frío que hacía al norte del norte. Por supuesto está la Nochevieja que pasé en Palma de Mallorca con P.: íbamos a comernos la ciudad y acabé enfermo y en la cama después de tomar las uvas (y, por supuesto, no pisamos una discoteca). La Nochevieja que pasé con D. Aquellas Nocheviejas en el piso de San Millán, donde todo parecía posible. Las Nocheviejas de Trivial en casa de la Santa. La Nochevieja que pasamos en París. La primera con un bebé de dos meses y medio. Y, por supuesto, aquella Nochevieja que pasamos confinados por culpa del COVID.
Y así pasarían mis Nocheviejas: amigos que uno tiene y con los que deja de tener contacto; amigos que cambian de trabajo, de pareja, de ciudad, que se separan, tienen una hipoteca, hijos, una mala separación. Diferentes ciudades, diferentes vidas. Diferentes parejas a las que besar después de atragantarme siempre con las uvas. La voz de mi madre al otro lado del teléfono («todo bien, hijo, ya sabes que nosotros no hacemos nada especial»). Cada vez menos ganas de salir esa noche y cada vez más cerca esa Nochevieja en la que mi hija sea la que tome el testigo y salga por primera vez con las amigas. Ya me lo estoy imaginando: «no seas pesado, papá, no te preocupes», pero yo no dormiré hasta que sus llaves tintineen por la mañana en el rellano.
Diez
«Donde el mar no se puede concebir«
Han pasado diez años desde que llegué a Madrid, aquí ha ocurrido el final de la década de mis veinte y la mayor parte de mi juventud. Ahora, diez años después, no sé muy bien cómo el tiempo ha pasado tan rápido, por qué ahora todo el mundo es tan absurdamente joven o por qué el autotune ha triunfado en la música actual.
Llegué a Madrid huyendo de una dolorosa ruptura en Barcelona y con un proyecto que me apetecía mucho comenzar. Dos años después comencé a dar clase y, hasta ahora, no he parado de hacerlo. Lo que empezó por casualidad (siempre lo cuento: jamás quise ser profesor) se ha convertido en el trabajo de mi vida (aunque cada vez resulte más complicado).
Cinco mudanzas (acercándome cada vez más a las afueras), una boda, una hipoteca, sacarme el carné de conducir (y no coger nunca el coche), aprobar unas oposiciones casi por casualidad y, por su puesto, ser padre… son los hitos de esta década luminosa. Nada de publicar ese primer poemario, nada de terminar esa obra de teatro que siempre está en borradores, plantar un árbol o colaborar con alguna ONG. La vida poco a poco acaba poniéndonos a todos en nuestro sitio.
El septiembre pasado decidí aprender catalán, quizá J. tenía razón y en todo este tiempo me he reconciliado y he echado de menos esa otra gran ciudad. Hace unas semanas E. vino a pasar el fin de semana a Madrid y me recordó —entre cerveza y cerveza— que en Barcelona hay siempre buen tiempo y unas playas maravillosas a 15 minutos. No sé con qué contraargumento le respondí, pero Madrid la construyen las personas. Lo que me enamoró de Madrid fue la gente y las infinitas posibilidades que aquel primer verano parecía tener (aunque Madrid siempre será una ciudad de invierno, ya lo escribió primero Iñaki Carrasco).
Ahora me cuesta reconocer esa ciudad. En estos diez años he visto caer poemas del cielo, cómo mis bares favoritos cerraban y volvían a abrir con otro nombre, hemos vivido la ilusión porque otra ciudad era posible, una pandemia, cómo los amigos se han mudado de ciudad, han cambiado de pareja, tenido hijos y nos hemos dejado de ver. Vivir en Madrid y no coincidir con tu ex es posible, pero que un fondo buitre eche a tus vecinos y que los alquileres te expulsen de tu barrio lleva mucho tiempo siendo una realidad.
Recuerdo cómo hace diez años tenía ganas de comerme el mundo cada mañana y nunca decía que no a un plan improvisado. Ahora reviso el calendario de mi móvil y añado cumpleaños y comidas a meses vista mientras confirmo mi asistencia. Envejecer significa cerrar heridas, creer que las cosas ya no te van a sorprender y, sobre todo, preferir siempre planes de mañana y pasar las tardes de domingo en casa.
Este blog hace muchos años que no se actualiza con regularidad, es un bloc de notas de una persona que a veces me cuesta reconocer en el espejo pero que me sigue gustando recordar. En diez años mi hija será preadolescente y entonces supongo que ya nadie dudará entre llamarme chaval o caballero. En diez años hará cada vez más calor, los primeros alumnos a los que di clase serán padres y espero, por favor, que el autotune deje de estar de moda.
Los veranos de mi infancia
En los veranos de mi infancia hacía calor por el día y estaba prohibido subir las persianas o abrir las ventanas hasta la hora de la cena. Mi madre siempre se ha enorgullecido de lo fresca que está la casa sin necesidad alguna de aire acondicionado. Como durante muchos años solo teníamos una televisión yo todas las tardes me encerraba en la habitación y devoraba páginas de libros hasta la hora de la cena. Así pasaban las semanas de un verano que siempre se me antojaba demasiado largo y monótono.
El despertador de mi padre sonaba a las cinco de la mañana de martes a sábado y se solía acostar sobre las diez de la noche. Él siempre dormía con la puerta entreabierta, por lo que después de esa hora ya no podíamos hacer ruido o dar la luz del pasillo. Mi padre era autónomo y nunca se cogía vacaciones. Sin días libres, sin escapadas al pueblo, sin irnos quince días de vacaciones a un apartahotel en Benidorm. El único viaje de ocio que hacíamos era ir y volver algunos domingos a Suances, un pequeño pueblo de la costa cántabra en el que nunca pasamos una noche.
No sé en qué momento mis padres decidieron que Suances era el mejor destino al que podíamos ir pero en todos esos años pocas veces cambiamos de destino. Y por supuesto Suances siempre era mejor que esos otros sitios a nuestros ojos: allí teníamos nuestro aparcamiento, nuestras rocas en las que pescar cangrejos, nuestra parcelita de césped donde comernos los bocadillos o el bar donde tomarnos un helado e ir al baño a media tarde.
Ir al mar esos días suponía acostarnos pronto el sábado y levantarnos mucho antes del amanecer el domingo; desayunar poco para evitar que nos mareásemos; tomarnos a la fuerza una Biodramina que pocas veces hacía algo; y hacer todo el ritual previo de un viaje a la playa en silencio para no molestar a los vecinos. “Los vecinos” siempre fue la razón objetiva e inapelable para apagar la televisión, acostumbrarnos a caminar evitando hacer ruido o irnos a dormir cuando ya era demasiado tarde.
Mientras nos preparábamos mi padre fumaba todo el rato en el salón viendo la tele, esperando a que termináramos de vestirnos o a que cogiéramos los cubos de plástico naranja y el rastrillo que perderíamos a cada viaje. Recuerdo con absurda nitidez cómo a esa hora solo echaban películas en blanco y negro que mi padre veía casi sin sonido mientras se iba acabando un paquete de Winston rojo tras otro. Si en esos años había estudios que indicaban que no debía fumarse cerca de los niños mi padre los desconocía.
Para recorrer los 200 kilómetros que separaban nuestro piso de Palencia de la playa de la Concha de Suances teníamos que coger la N611 y atravesar el puerto de las Hoces de Bárcena, un desnivel de 400 metros con unas curvas horribles. A la ida, todas y cada una de las veces que hicimos ese trayecto mi padre tenía que pararse en medio de una curva, nuestra curva, para vaciar los cubos naranja.
Aquellos minutos parados en la montaña, con los coches pasando a nuestro lado, esperando algunas veces a que mi hermano, otras veces a que yo y en ocasiones incluso a que los dos a la vez recobráramos el aliento y el color fueron las únicas escapadas que hicimos con mis padres a la montaña.
Después un caramelo de menta o un trozo de regaliz de palo que mi padre llevaba siempre en la furgoneta. Al rato rodear Torrelavega y saber que el peligro había pasado, que ya no había más curvas. Y a lo lejos empezar a intuir el mar, bajar las ventanillas y oler a verde y a sal. Entonces todos los coches del universo parecían estar yendo en una misma dirección como atraídos por algún oscuro encantamiento, todos cargados de niños sonrientes, de neveras azules y de un sinfín de aparatos voluminosos que yo no reconocía y de los que no acababa de imaginar su utilidad. Y en los asientos de atrás de nuestro coche siempre la misma pregunta: ¿por qué nosotros no llevamos una sombrilla?
Los 14 nombres más relevantes de la poesía española… para Amazon
Amics, dilluns tornem de vacances en horari encara d’agost. Hi serem d’11 a 14 i de 17 a 21h.
Llibreria Calders. No tenim llibres de Marwan. https://t.co/vp3JwVAmJF— Llibreria Calders (@LaCalders) August 18, 2018
Al buscar «libros de poesía» en el todopoderoso buscador de Amazon uno se encuentra con un resultado asombroso en la primera página (ordenada por «relevancia»): César Brandon, Luis Ramiro, Defreds (3), @SrtaBebi, Diego Ojeda, Alejandro Ordóñez, Marwan, @srtabebi, Patricia de Benito, @cesarpoetry, Elvira Sastre, Miguel Gane, Marwan y Nach. Estos son los 14 autores (Defreds aparece tres veces) que según el buscador han escrito los libros de poesía más relevantes.
Soy consciente de que el algoritmo de Amazon no ordena por «calidad literaria» sino probablemente por búsquedas recientes y número de ventas. Muchos de estos libros están también destacados en cualquier superficie y no es para menos, las ventas de ESPASAesPOESÍA o Mueve tu lengua (antes conocida como Frida Ediciones) son apabullantes: nunca antes se han vendido tantos libros catalogados como «poesía» en este país.
Pero lo curioso de la muestra de Amazon es que mientras en las librerías especializadas podemos encontrar una cuidada selección de libros de poesía por un lado y de la poesía bestseller por otro, en Amazon aparecen mezclados y solo si nos vamos a la segunda página encontraremos nombres clásicos como Antonio Machado, Mario Benedetti, Pablo Neruda, Julio Cortázar o Miguel Hernández, en la tercera página aparecerán García Lorca, Bukowski, Walt Whitman y en la cuarta página Pizarnik, Neruda y Rimbaud se codean con Irene X y Risto Mejide. Y no es hasta la quinta página (insisto: de «relevantes», no de los más vendidos) donde encontraremos a un poeta vivo y ganador del Loewe: Ben Clark (con La poesía celeste).
En estos tiempos donde lo corpóreo se difumina y todo se compra a golpe de clic es donde creo que la figura del content curator (responsable de contenidos, en español) se necesita más que nunca: ya sea en blogs, webs, canales de youtube… donde en definitiva personas expertas se hagan cargo de las recomendaciones y así no nos dejemos engañar por el número de estrellas que alguien ha dejado en la reseña o la cantidad de artículos vendidos. Y es que quizá no siempre lo más relevante sea lo más relevante.
P.D. Si alguno tiene interés en conocer más sobre este fenómeno de la nueva poesía o poesía bestseller recomiendo encarecidamente leer el artículo de Unai Velasco 50 kilos de adolescencia, 200 gramos de Internet (aquí y aquí).
La adolescencia no es una etapa de transición
A lo largo de 2018 se han estrenado en nuestro país dos proyectos artísticos muy diferentes (teatro y cine) que tienen su germen en indagar en la etapa de la adolescencia. Ambos lo han hecho rodeándose de adolescentes que se han convertido en inesperados actores de sus propios miedos y realidades. En el caso de Future Lovers se ha trabajo a partir de un texto de Celso Giménez y luego se ha ido trabajando con los actores / adolescentes, mientras que en Quién lo impide han sido los propios adolescentes / actores quienes han planteado situaciones de su vida y luego Jonás Trueba ha hecho la puesta en situación para que ellos las recrearan ante la cámara. En los dos proyectos se explora la etapa de la adolescencia como algo más que una etapa de transición entre la niñez y la vida adulta [«Se acabó el tiempo / para perder el tiempo / ya gastamos en eso / demasiado tiempo» — Hazte Lapón]. La adolescencia tiene sus reglas y sus problemas y los adolescentes son seres pensantes que hacen muchos más que botellones y mirar el móvil, aunque a veces esa sea la mirada superficial que el mundo adulto tiene de ellos.
FUTURE LOVERS (LA TRISTURA)
En diciembre de 2018 Future Lovers vuelve a los Teatros del Canal. Entradas aquí.
La compañía madrileña La Tristura vuelve con una propuesta totalmente diferente a su anterior trabajo, CINE, en el que exploraba el tema de los niños robados. En Future Lovers se adentran con un grupo de adolescentes con los que han ido trabajando el texto durante un año:
Con Future Lovers queremos hacer un ejercicio de imaginación del futuro. Queremos trabajar con adolescentes, investigar en las nuevas formas de ver el mundo centrándonos en los cambios constantes en las relaciones humanas. Se habla mucho de cómo este nuevo mundo tecnológico está cambiando la forma de relacionarnos, de comunicarnos, de tocarnos y de amarnos. Nos gustaría escuchar esto en la voz de un grupo de adolescentes que hablen entre ellos y hacia el mundo.
Entendemos la escena como un lugar de resistencia y de investigación, si no nos resulta sencillo encontrar una situación para relacionarnos de forma real y profunda con los adolescentes, con los futuros líderes y los futuros amantes, nos gustaría hacerlo en la escena, intentando generar una experiencia común que, con suerte, nos revele algo de nuestro pasado y de nuestro futuro.
https://www.youtube.com/watch?v=pJf3BQXLJEg
El texto lo firma Celso Giménez y la obra comienza con una escena en un futuro en el que vamos a poder revivir momentos de nuestra vida.
SARA: Había algo de: nunca estaremos solos, nunca te dejaremos sola. Y son cosas de la edad, pero también creo que había algo auténtico. Y que podría no haberse perdido, ese sentimiento grande de ser parte del otro, de sentirte dentro de un grupo. Después nunca me he sentido dentro de nada, lo he cuestionado todo, sin parar. Y esa conexión que teníamos se fue perdiendo, dolorasamente además. Siempre es doloroso. No es poco a poco como se dice, ni por inercia. Eso es mentira. Lo perdimos con broncas, con traiciones, con incomparecencia en momentos determinados… Lo perdimos por miedo, porque no nos sentíamos queridos y respondíamos con odio. Siempre es la misma historia. Hay un pequeño momento en que algo se rompe y ya no vuelve a ser lo mismo.
La obra gira alrededor de una noche en la que unos adolescentes están juntos por última vez como un grupo. Después de esa noche ya nada será lo mismo. Algunos se irán a otras ciudades, otros tendrán otras parejas… y al volver la mirada hacia esa noche después de varias décadas hay cosas que uno recuerda vívidamente:
Poco después de los primeros versos, una pequeña luz ilumina la cara, en medio del escenario, de un adolescente. Está mirando su teléfono mientras sigue el ritmo con la cabeza. Podría ser una discoteca, una habitación oscura. Él sigue mirando fotos o leyendo en su pantalla. La música continúa. Entonces, en otro extremo del escenario, se enciende otra luz. Es una chica siendo iluminada también solamete por la pantalla de su teléfono. En el espacio solo vemos, flotando, dos rostros iluminados con la luz fría de sus pantallas. No sabemos si quizás están escribiéndose entre ellos o incluso viéndose. Poco después se ilumina otra cara, que mira su pantalla y ríe. Y así mientras avanza la canción, hasta cinco rostros jóvenes que se mueven y parecen bailar al ritmo de la música.
En la obra hay 5 jóvenes en escena: 4 de ellos son amigos desde hace tiempo, tienen entre 16 y 18 años, son Gonzalo, Sara, Pablo y Egozkue; y luego está Itziar, que apenas conoce al grupo y tiene 21 años. Desde el amplio escenario observamos diferentes momentos en la noche, conversaciones que se dan entre ellos, conversaciones simultáneas, escenas de alcohol, baile, momentos de confesiones, de miedos, momentos en lo que no se dice es más importante de lo que sí que se dice.. todo bajo el cielo de Madrid que nada dice.
https://www.youtube.com/watch?v=EYvBvzCcFhQ
QUIÉN LO IMPIDE (JONÁS TRUEBA)
La propuesta de Quién lo impide (puesta en situación: Jonás Trueba) no nace de un texto previo, sino que nace de un trabajo con adolescentes en el que han sido ellos mismos quienes han propuesto temas y representado escenas y personajes que podrían ser ellos mismos.
Quién lo impide es un proyecto cinematográfico de acercamiento a los jóvenes adolescentes de hoy, liderado por Jonás Trueba y Los ilusos films, trascendiendo los formatos de película tradicional y sus cauces habituales de difusión, con vocación de expandirse y articularse en diversos marcos de acción. Una experiencia de cine inmersivo que este 20 de junio presentamos al público por primera vez. Será una jornada abierta en la que se mostrarán diferentes materiales filmados y montados a lo largo de meses.
Quién lo impide es una declaración de intenciones desde su mismo título; es una llamada a transformar la percepción que tenemos sobre la adolescencia y la juventud, pero también es una forma de entender la creación cinematográfica: más libre y abierta, llevada a cabo con pocos medios y por un equipo mínimo de personas, a base de tiempo, perseverancia y actitud. Es por eso que este 20 de junio no será un punto y final, ni debe entenderse como esa clase de estreno donde todo queda dicho; será más bien una invitación a formar parte de un proyecto vivo y colectivo, que empieza a tomar forma y presentamos con humildad, haciendo de las búsquedas y tentativas una reivindicación y un acto de fe; el punto de inflexión de un proyecto que es también motivo de celebración, donde además queremos propiciar encuentros, música en directo y por qué no, nuevas filmaciones. ¡Quién lo impide!
El 20 de junio tuvo lugar en el Matadero de Madrid la proyecciones de las cuatro piezas que integran (de momento) Quién lo impide: Solo somos, Principiantes, Si vamos 28 volvemos 28 y Tú también lo has vivido. 285 minutos montados de un metraje mucho mayor y que se resume muy bien en el trailer del proyecto.
https://www.youtube.com/watch?v=uasnsdg5KQA
El proyecto de Quién lo impide no está terminado, es un work in progress que pivota entre la ficción documental, el testimonio documental y la ficción verosímil. Quizá la pieza Sólo somos me resultó la más interesante de las cuatro, ya que en ella podemos ver la puesta en situación, la delimitación de las tramas por parte de los adolescentes / actores, las charlas que Jonás Trueba ha ido teniendo con diferentes adolescentes y también las reflexiones de los propios adolescentes al ver algunas escenas.
El 20 de junio tuve la oportunidad de llevar a algunos de mis alumnos a las diferentes sesiones y lo que más les impactó a los chicos fue ver en la pantalla sus problemas contados en su mismo lenguaje y protagonizados por adolescentes / personajes que bien podrían ser ellos mismos. Y además tuvieron la oportunidad de charlar con los protagonistas de las piezas y, al terminar de hablar con ellos, salían un poco decepcionados porque «nos han dicho que todo era mentira». Pero Quién lo impide se parece tanto a la verdad que a veces no podemos distinguir una de otra. Y esa es la gran virtud de este proyecto, eso es lo único que al final importa.
El final del verano
Llegará el final del verano y nos acordaremos de las terrazas de madrugada, de la enésima huelga de basuras, de los borrachos que salen entre semana. El final del verano llegará y no habrá más no-baños en playas gallegas, tampoco marisco recién pescado en la ría, ni piscina en el piso de tu padre en la sierra. Tampoco pasará que vuelvas de la oficina y yo te espere con la comida hecha y no tenga nunca que trabajar. Acabará el verano y volveremos a casa, sea lo que sea que signifique casa. Acabará y yo habré cumplido un año más (¿te acuerdas de ese primer cumpleaños, buscando una tarta de madrugada en la plaza? Estaba tan triste entonces. ¿Qué fue de aquel chico en aquel verano que lo cambió todo?). Llegará el final de verano y una tormenta, como la de hoy, nos despertará en mitad de la noche y quizá ese día te des la vuelta buscando un abrazo antes de decir lo siento, tengo que ir al baño.
Hablemos de música 2017
Los años 2014, 2015 y 2016 han sido años muy agitados en lo musical: de conciertos entre semana, de festivales en verano y de ir a todo lo que uno podía ir. Quizá cuando dentro de unos años eche la vista atrás vea claramente cómo en 2017 empezó el año de la transición, de seleccionar mejor lo que uno va a ver, de no dejarse engañar por el cartel de ciertos festivales, de evitar la Riviera siempre que no sea totalmente necesario, de amar el Teatro Lara porque te permite estar sentado sin tener que preocuparte por llegar una hora antes para coger sitio. Mi propósito para 2018 se parece bastante al de este año: más variedad de artistas, más obras de teatro y menos preocupaciones por no ir a todo. Y es que sí, hay que repetírselo a uno mismo en más de una ocasión: no pasa nada por no ir a todo, de verdad.
El año comenzó viendo a James Rhodes en primera fila en el Circo Price. Si tenéis oportunidad de ver a James tocar en directo id y si no al menos leed su primera novela, Instrumental, o escuchad su Playlist en Spotify de canciones de compositores que a él le gustan. Pocos días después volvimos al Circo Price para ver otra vez en primera fila a The New Raemon & McEnroe, que presentaban Lluvia y truenos.
En febrero vimos a Elle Belga y a Os amigos dos músicos en el Teatro del Arte; y a Rusos Blancos y a Kokoshca en la sala El Sol, reafirmándome en que sigue siendo mi sala favorita para ver conciertos en Madrid. El mes terminó con la interesante experiencia que fue acudir al ciclo Suena Guernica durante el concierto de Rosalía & Refree.
Marzo empezó con un Madrid Pop Fest al que no pudimos ir (¡no quedaban entradas!) pero estuvimos en el primer fotovermú en el Fotomatón con Neleonard y allí cantamos todas sus bonitas canciones. Al ser entre semana yo no pude ir al concierto consagración de Rosalía & Refree en el Teatro Lara. Al que sí que pude ir fue a la presentación de Dulce Juana, el nuevo disco de Helena Goch, en la sala El Sol. Betacam y Anntona tocaron en la Moby Dick y gracias al conductor más majo del mundo pudimos llegar a tiempo.
Vimos de lejos a Dolorosa en el Mercado de Diseño. En Semana Santa nos escapamos a Reus y, entre calçot y calçot, pudimos ver en Lo Submarino a Joan Garriga y a Pau Vallvé. Me escapé para ver a Rusos Blancos en el Molar con motivo del Record Store Day (y también compré algunos discos, claro). No vimos ni a Pájaro Sunrise ni a Joana Serrat pero sí que estuvimos en el concierto acústico que dio The New Raemon en el ContraClub.
Llegó mayo y con él Pablo Und Destruktion a la Joy Eslava convertido en todo un fenómeno de masas (en 2014 abría para Nacho Vegas en ese mismo escenario y casi nadie le hacía caso). Después Madrid se llenó de música con motivo de las fiestas de San Isidro y tocaron Maria Arnal i Marcel Bagés en la Rosaleda del Parque del Oeste y Rusos Blancos en el escenario de Puerta del Ángel. Y Nacho Vegas cerró el sábado el festival Poetas en el patio del Matadero.
En junio tuvimos la oportunidad de volver a ver en España a Russian Red sobre un escenario y eso ocurrió en el Círculo de Bellas Artes. Vimos la presentación de Dos caballos de Cosmen Adelaida en la sala Taboo junto con Karen Koltrane. Y huimos de Madrid para ver a Joaquín Sabina en su nueva gira pero en esta ocasión en la Plaza de Toros de Palencia. Me quedé sin ver a Sr. Chinarro en el Teatro Lara aunque sí que pude ver a Rosalía & Refree en el Liceo de Salamanca.
Julio comenzó con un concierto de Kiko Veneno del que no fuimos a mitad de concierto. Y después llegó la terrible segunda edición del Mad Cool, donde pudimos ver a Quique González, Belle & Sebastian, Ryan Adams, Wilco, Kings of Leon o Manic Street Preachers, entre otros. Segunda y última vez que vamos a ese festival aunque pille al lado de casa. Los demás, disfrutad. Y el mes terminó como terminaba el mes anterior, volviendo a ver a Rosalía & Refree, aunque esta vez al aire libre y en el Parque de la Cuña Verde.
Este verano no hubo Sonorama u otros festivales, pero en agosto nos fuimos a Lepe exclusivamente porque tocaba Rafael Berrio en el Santiamén y de alguna forma cuadramos nuestras vacaciones para llegar a Madrid y ver a La Bien Querida en las Vistillas. Eso sí que fue un buen recibimiento. De la misma manera organizamos un viaje a las fiestas de Valladolid porque tocaban Los Planetas en la Plaza Mayor. ¿Quién dice que el turismo musical no existe?
Septiembre siguió con el concierto de Anntona en El Intruso; San Jerónimo interpretó en el Museo Cerralbo su espectacular Salinas, 20:15; y Francisco Nixon, Ricardo Vicente y Rusos Blancos cerraron el mes con su triple concierto en el Ocho y Medio.
En octubre vimos a Quique González cerrar la larga gira que empezó con sus Detectives en el Teatro Rialto; también estuvimos en la FNAC viendo a un Ricardo Lezón medio hablador tocar en acústico algunos de sus nuevos temas. Y unos días después Ricardo vestido de McEnroe junto con The New Raemon tocaron en el Ocho y Medio el último concierto de su gira. Y terminamos el mes viendo de nuevo a Angus & Julia Stone en La Riviera rodeados de cientos de cámaras que querían grabar cada segundo del concierto.
Los Punsetes en un Ocho y Medio abarrotado de gente (¿de verdad alguien controla el aforo?) abrían un noviembre cargado de conciertos. Huimos del ruido de la capital para ver a Morgan en el Universonoro en Palencia. Volví a reencontrarme con el particular David Thomas Broughton gracias al ciclo de «folk contemporáneo» de CiudaDistrito y de allí fuimos corriendo a ver a Maria Arnal i Marcel Bagés en un Teatro Lara que se levantó de pie cuando terminaron su fabulosa actuación.
En la Joy Eslava vimos a un Luis Brea en muy buena forma presentando varios meses después Usted se encuentra aquí. Da gusto ver lo bien que crecen algunos artistas en poco tiempo. Y después volvimos a ir a la Riviera para ver a Father John Misty (como ya he dicho, solo merece la pena si el artista merece la pena). Tuvimos la suerte de estar en la Sobrería Mahou viendo a Borja Mompó tocar algunas canciones en acústico de Modelo de Repuesta Polar y nos enamoramos (otra vez) de su voz y de su sencillez. No hubo concierto de Sun Kill Moon y tampoco fuimos a Julia Holter. Otra vez será.
Fee Reega por fin vino a Madrid a presentar Sonambulancia y lo hizo en el (nuevo) Café Berlín. Y Rafael Berrio se pasó por Madrid para tocar en la Costello, aunque de haber sabido que iba a haber un público ebrio y maleducado quizá nos hubiéramos ahorrado el concierto. ¿Por qué la gente va a conciertos de otra gente que no sabe quién es y no se para ni dos minutos a escuchar lo que hacen? El último concierto del año que teníamos en la agenda era el de la presentación del nuevo disco de La Bien Querida, pero la recta final del año hizo que no pudiéramos asistir. Otra vez será.
Sé que todo el planeta tiene claro que el disco del año pivota entre Melodrama de Lorde y DAMN. de Kendrick Lamar pero aquí están otros diez discos que creo que también merecen la pena de este 2017.
Maria Arnal i Marcel Bagés, 45 cerebros y un corazón
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Desde la primera escucha la voz de Maria Arnal me cautivó y después de ver a ambos en concierto no pude más que reafirmarme en lo brillante que es 45 cerebros y un corazón. Lo popular resuena en ellos como si lo escucháramos por primera vez. Y es que «Canción total», «La gent», » A la vida» y por supuesto «Tú que vienes a rondarme» son -sin lugar a dudas- cuatro de las canciones de este año y todas están en el mismo disco. No tengo ninguna duda de que lo mejor de este año lleva su nombre escrito en letras doradas. Espero que este sea el inicio de una larga carrera.
Julien Baker, Turn out the lights
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Julien Baker tiene una voz prodigiosa y ha conseguido que de entre sus canciones de su último disco me sea imposible seleccionar algunas, pero quizá sobresalgan un poco más de entre las demás «Appointments» o «Turn out the lights». Creo que de todo 2017 de lo que más me arrepentiré es el no haber ido a su concierto en la sala El Sol… pero por desgracia uno aún no puede estar en dos sitios a la vez.
Anntona, Internacional
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El disco más redondo de Anntona hasta la fecha con himnos inmediatos como «No me aguanto», «Imbécil internacional» o «Una mierda como un castillo». ¿Por qué Anntona no llena estadios a estas alturas? Es un misterio que quizá nunca tenga respuesta pero estoy convencido de que Internacional va a marcar un antes y después de la carrera de Manuel Sánchez.
Father John Misty, Pure Comedy
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Pure Comedy se abre con una canción homónima al piano que muestra el lado más ¿sentimental? de J. Tillman y que continua en «Ballad of the Dying Man». Pero en Pure Comedy además de baladas y canciones tristes hay tiempo también para la alegría y el renacer del nuevo día. Un disco completamente redondo.
Rosalía, Los Ángeles
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Si un nombre tiene que brillar por encima de todos en este 2017 es Rosalía con su primer trabajo, Los Ángeles. Gracias a la mano de Raül Refree canciones como «Catalina», «Si tú supieras compañero» o «Nos quedamos solitos» son probablemente canciones que han llegado para quedarse en el imaginario colectivo. No recuerdo ningún otro disco que haya gustado tanto a gente de tantas edades. La única pregunta que todos nos hacemos es ¿y ahora qué? Tenemos Rosalía para rato.
Ryan Adams, Prisoner
Amazon / Spotify
Tanto el disco Prisoner como el de las caras B demuestran que, pese a lo que han dicho algunos críticos, Ryan está en una forma envidiable. «Doomsday», «Anything I Say to you know» o «To be without you» son algunas de sus mejores canciones hasta la fecha.
Los Planetas, Zona temporalmente autónoma
Amazon / Spotify
Puedo reconocer públicamente que nunca he sido muy planetero, que la voz de Jota solo me gustaba en ocasiones muy contadas pero todo ha cambiado para mí con su último trabajo. No solo con las inmensas «Islamabad», «Una cruz a cuestas» o «Espíritu olímpico» sino la mayoría de canciones del disco funcionan como un todo que busca nuevos horizontes y que ha llegado para tocar a los herejes planetarios.
The War on Drugs, A deeper understanding
Amazon / Spotify
Tres años han hecho falta para que volvamos a ver un nuevo trabajo de la banda de Philadelphia después del excelente Lost in the dream. El disco funciona de principio a fin aunque canciones como «Pain» o «Holding on» brillan un poco más que el resto de sus compañeras. Y por pedir: ojalá podamos verlos pronto en nuestro país.
Angus & Julia Stone, Snow
Amazon / Spotify
Los hermanos Stone han vuelto a hacer un disco mágico que vira un poco de lo que siempre nos tenían acostumbrados (con más bases, cañeros incluso). Destaco especialmente «Snow», «Chateau» o «Nothing Else».
Pau Vallvé, Abisme cavall hivern primavera i tornar
MyShopify / Spotify
Quizá el gran olvidado de este año dentro de las listas de lo mejor del indie patrio sea Pau Vallvé con esas 22 (¡22!) canciones tristes en catalán de su último trabajo como «O només soc jo?», «Avui l’únic que vull», «Que vingui l’hivern» o «Declivi». Decía E. mientras estábamos estábamos viendo su concierto que le gustaría poder decir lo que Pau dice en sus letras a alguien. Pau Vallvé además ha compuesto la banda sonora de la versión teatral de Smocking Room y que pudimos ver este otoño en el Teatro Kamikaze.
Se quedan fuera un montón de discos con los que he disfrutado mucho este año. Desde I see you de The XX, pasando por Animales muertos de Francis White («En las afueras» es una de mis canciones favoritas de 2017), ¡Viva! de Los Punsetes, Dos caballos de Cosmen Adelaida, Predación de Pablo Und Destruktion, Fuego de La Bien Querida o Llega la niebla de Analís, entre muchos otros, como los de Templeton, AMA, Amateur… la lista sería casi infinita si los incluyera a todos.
Y como sé que a muchos os da pereza escuchar 10 discos enteros, también he hecho un listado de mis 25 canciones favoritas de 2017 (limitándolas a una por artista).
Aquello que me hizo la vida más fácil en 2017
A lo largo de 2017 he ido añadiendo objetos (en la mayoría de los casos tecnológicos) que me han hecho la vida un poco más fácil por diversas razones. He decidido compartir esta lista de objetos porque quizá en estas fechas alguno o bien aún no tenga la carta de los Reyes Magos hecha o bien no tenga ideas para regalar, así que ahí van:
Un «pack para el coche»
Creo que cualquier persona que utiliza un coche con relativa frecuencia debería tener un pack en casa (o en la guantera) donde llevar un cargador de coche para el encendedor (como este de Aukey con doble puerto por 8,89€), un par de cables (el modelo de Amazon Basics que no funcionan nada mal: USB -vienen dos por 6,69€- y lightning -7,79€-) y, por supuesto, un soporte para el ventilador (este de Aukey lo tenéis por 7,01€).
Sé que están muy de moda los soportes magnéticos para el coche, pero yo no acabo de ver eso de llevar un imán puesto todo el día en el móvil, la verdad.
Un hervidor de agua
Ya sé que hoy en día todo el mundo tiene un microondas en el que hervir agua para hacerse un té pero desde que tengo uno me encuentro con más frecuencia tomando té o haciendo café tal y como se debe hacer (¡con agua caliente como explica El Comidista!). Pon una kettle en tu vida, por 11,90€ es un regalo.
Unos auriculares inalámbricos
El mundo en el que vivimos se está deshaciendo de los cables a marchas forzadas porque la vida sin cables es sencillamente maravillosa (¡viva el bluetooth!). Entiendo que hay un sinfín de variedades de auriculares y cada uno sabrá lo que necesita en su día a día (si necesita que sean deportivos, cerrados, etc.) pero personalmente desde que tengo los AirPods de Apple me encuentro escuchando mucho más frecuentemente música o podcasts y, sobre todo, ¡no se me han vuelto a enganchar los cables mientras cocino o friego! Anteriormente había utilizado unos Sony SBH60 y también he probado los BeatsX que no me acabaron de convencer. El precio de los AirPods es de 179€ (aunque en eBay hay a veces algunos descuentos).
Una base de carga inalámbrica
Si vuestro teléfono móvil tiene el estándar Qi no dudéis en compraros un cargador para ponerlo en la mesilla de noche o en el escritorio. La carga no es rápida pero si cargamos el teléfono por la noche (lo habitual) a la mañana siguiente estará perfectamente cargado. Dependiendo de vuestro teléfono móvil admitirá una carga a diferente voltaje, por ejemplo el cargador de Belkin se vende en 5W o 7,5W -43€, 65€- (lo máximo que admiten el iPhone X y el 8/Plus).
Una opción interesante es la base de carga de Ikea (16€ pero ojo, solo da 5W) que se puede integrar en diferentes muebles o la base de lámpara Varv (50€ aunque hay que comprar la pantalla aparte). Como curiosidad la base Varv incluye un puerto USB al que poder conectar un cable por si tenemos algún otro dispositivo que cargar que no tenga este tipo de carga.
Unas bombillas inteligentes
Reconozco que llevaba años detrás de las Philips Hue pero en el último momento siempre me echó para atrás su elevado precio (aunque actualmente el starter kit está por 69€ con dos bombillas y el puente) y es que la idea de poder programar las bombillas con diferentes ambientes o incluso jugar con IFTTT para que realizaran acciones en función de ciertas reglas siempre me llamó la atención.
Hace unos meses Ikea sacó su propia gama de bombillas inteligentes (llamadas TRÅDFRI) y decidí comprar el kit inicial (bombilla y mando regulador de intensidad por 32,99€) y el puente por separado (por 29,99€). Si únicamente compramos la bombilla y el mando podemos controlar las bombillas de manera independiente pero no utilizar el móvil para controlarlas, ya que para eso necesitamos el puente.
Desde la última actualización de firmware las TRÅDFRI son compatibles tanto con el sistema de Philips (si ya tenéis montado vuestro ecosistema Hue podéis añadir estas bombillas como una más sin problema) como con Alexa y HomeKit. Esto último significa que si tenemos dispositivos de Apple podemos decir a Siri que apague la luz del salón (aquí podéis ver cómo funciona) o programar una regla para que cuando esté anocheciendo y nos acerquemos a casa las luces se enciendan mágicamente.
Una olla de cocción lenta
Tener una crockpot es la mejor idea que he tenido en mucho tiempo. En este tipo de ollas huimos de la cocción rápida de las ollas exprés porque básicamente imitan la manera tradicional de hacer los alimentos (con un fuego muy bajito, cociéndose todo el día -o la noche- y consumiendo muy poquito, porque básicamente es una resistencia). Si queréis saber más sobre qué es este invento del diablo podéis leer la entrevista que El Comidista hizo a Marta Miranda o directamente leer su página web, Crockpotting. Dejar preparadas unas lentejas y que estas se hagan a fuego lento mientras uno duerme o está en el trabajo y llegar y que esté todo hecho es una de las mejores sensaciones que uno puede tener.
En mi caso yo me decidí por un modelo de 3,5 litros, que era más que suficiente para mis necesidades (y que actualmente está por 35€). Aunque existen versiones electrónicas con temporizador integrado, después de preguntar a amigos y conocidos creo que la combinación perfecta de crockpot es utilizar una versión analógica con un sencillo temporizador (que puedes comprar por 8,99€)
Un robot aspirador
Desde hace año las aspiradoras inteligentes ya están presentes en muchas casas, siendo Roomba la marca que domina el mercado en España. En mi caso me he decidí por la Xiaomi Mi Robot (la primera generación, aunque ya está disponible la segunda generación, con más batería y más sensores) después de ver varias comparativas en Internet. El robot inteligente de Xiaomi se puede controlar desde la aplicación móvil, programar limpieza con temporizador y vuelve a recargarse solo una vez que termina limpieza o si se ha quedado sin batería. He leído por ahí que aquellos que tienen animales en casa no están especialmente contentos con este tipo de aspiradoras, pero para aquellos que no tenemos mascota va fenomenal. En este breve vídeo podéis ver cómo evita los obstáculos sin mayor problema. En Gearbest lo tenéis por 349,48€, en Amazon por 359,89€.
Refugio
Refugio, la última obra de Miguel del Arco (Madrid, 1965) después de ¡Cómo está Madrid! se estrenó la semana pasada en el Teatro María Guerrero de Madrid y estará hasta el 11 de junio sobre el escenario. La obra es una producción del Centro Dramático Nacional (CDN) y Carmen Arévalo, Israel Elejalde, María Morales, Raúl Prieto, Macarena Sanz, Beatriz Argüello y Hugo de la Vega componen el elenco de actores de esta potente producción.
La obra gira alrededor de la familia de Suso Santiesteban (Israel Elejalde), un político de carrera que está en un partido salpicado por la corrupción (no hay siglas, no hay nombres propios, no hay ideología: solo la corrupción que se perpetúa en el poder). Amaya (Beatriz Argüello) es su mujer, una exitosa cantante de ópera en horas bajas que ha decidido que con la voz que tiene ya no merece la pena seguir cantando y se da a las pastillas y al vino para mitigar el dolor de esta situación. Suso y Amaya tienen dos hijos: Lola (Macarena Sanz), una universitaria revolucionaria que está harta del sistema; y Mario (Hugo de la Vega) un adolescente lleno de rabia contra el mundo y que solo quiere estar solo y encerrarse en sus videojuegos. Con ellos vive ahora la abuela de Amaya, Alicia (Carmen Arévalo), que no deja de criticar y burlarse de su yerno por todo en lo que está envuelto.
A esta familia modelo llega un elemento extraño [el propio Miguel del Arco explica que en el origen de la obra está la misma idea que en Teorema de Pasolini] que en este caso es Farid (Raúl Prieto), un refugiado al que acoge la familia e imaginamos que únicamente porque es una buena campaña de marketing para Suso y, en definitiva, para el partido. Farid ha perdido a su mujer Sima (María Morales) en su viaje hasta Europa y lo único que busca quiere es el silencio.
La obra pivota entre el ruido de la familia Santiesteban (discusiones, peleas, gritos, escándalos…) y el silencio y la mirada perdida de Farid. Farid no entiende una sola palabra de lo que sucede a su alrededor pero tampoco quiere entender. El gozo que debería de sentir Farid por tener un refugio como le dice en un momento dado Lola no es tal y justo será Farid el que se convierta en refugio de todos y cada uno de los miembros de la familia porque escucha, no juzga y no responde nada. Las palabras (o falta de ellas) son, sin duda, un elemento central en toda la obra: el político que no cree el discurso político que pronuncia, la cantante que ya no puede hablar, el adolescente que prefiere no hablar, la universitaria a la que se le llena la boca de palabras vacías… el lenguaje sufre la misma corrupción que el sistema político.
Del montaje de Miguel del Arco destacan la labor de Raúl Prieto (y María Morales) como contrapunto de un Israel Elejalde que está en uno de los mejores momentos de su carrera artística (Misántropo, Hamlet) y que hay que seguir bien de cerca en los próximos años. Y por supuesto la espectacular escenografía de Paco Azorín: un despliegue y alarde de técnica ejecutada a la perfección (gracias también a la particular banda sonora y de los efectos de iluminación) que convierte esa magnífica caja de cristal en un salón, en un refugio… pero también en cárcel… y se abre para mostrarnos el mundo interior de Farid que solo quiere escapar de allí.
Lejos de quedarse simplemente en una crítica al sistema político español (destacan especialmente esos primeros 15 minutos de «entrevista televisiva» con que empieza la función), Refugio es una potente obra sobre el uso del lenguaje, la comunicación humana y la vida moderna. Absurdos se nos antojan los problemas de los Santiesteban comparándolos con los de un Farid cabizbajo y en shock. Refugio es una imprescindible obra de teatro para esta temporada y esperamos que con suerte pronto encuentre su lugar más allá de las puertas del María Guerrero.